Guillermo Gutiérrez
El autor realiza un profundo análisis de la región y las consecuencias de las acciones sobre ella de la «política nacional de poblamiento» del territorio. Destaca que sus características no solo atrajeron a los aventureros románticos, sino también y principalmente a los portadores de intereses que dan vuelta al mundo procurando inversiones y negocios. En esta etapa en que la lucha por los recursos naturales se agrava, el futuro patagónico es final abierto. Es imprescindible generar ingredientes culturales nuevos, que abran la posibilidad de un diálogo renovado entre poblaciones que se reclaman portadores de una misma identidad, pero que en los hechos siguen separadas por la frontera móvil inventada por el bloque dominante, en aquel lejano 1880. Sería fundamental que una nueva cultura de la integración aboliera en las conciencias patagónicas la idea de que «el norte» esquilma los recursos naturales de la región, asumiendo que los mismos son patrimonio de todos los argentinos, en tanto la gente que vive «arriba» del río Colorado tomara como propias las vicisitudes de los habitantes del sur, trabajando por una distribución equitativa de servicios y bienes sin distinción de geografías. Debería plantearse una causa y una lucha compartida para que sus recursos naturales fueran beneficio para todos los habitantes y no para los grupos transnacionales, como ocurre actualmente. En tanto este final abierto no tenga resolución, la Patagonia oscilará, en forma permanente, entre la utopía de volver a convertirse en la Tierra Prometida o el desasosiego impuesto, hace más de un siglo, por el imaginario de ser «el desierto». Por ahora, en el ámbito de la región, sigue arrastrando el sino que caracterizó toda aquella época argentina, que culminó con la crisis de 1929, sintetizada magistralmente por Scalabrini Ortiz: ser «una nación sin realidad»